Históricamente, Colombia ha ocupado los primeros lugares del mundo en las encuestas sobre felicidad. A la pregunta de qué tan felices se sienten, la mayoría de los colombianos responden que son “felices”. En los últimos seis años, la tasa de felicidad se ha mantenido entre el 80 y el 90 por ciento, muy superior al promedio mundial.
El estudio de la Asociación Mundial WIN-Gallup a finales de 2021 —realizado en Colombia por el Centro Nacional de Consultoría— arrojó que, incluso tras un año tan demoledor como el de la pandemia, la mayoría de los encuestados dijo sentirse feliz: el 83 por ciento se consideraba muy feliz o feliz, contra un 4 por ciento que se consideraba infeliz o muy infeliz. En el mundo, el porcentaje de felices o muy felices fue de 56 por ciento; en Latinoamérica, de 69 por ciento, y en Estados Unidos, de 52 puntos porcentuales.

El índice de bienestar se construye sumando los porcentajes de quienes se sienten felices o muy felices, y restándole el porcentaje de quienes se sienten infelices o muy infelices. Colombia obtuvo 79 por ciento, el más alto del mundo, tres puntos por encima de Kazajistán.

Si consideramos como uno de los fines de la sociedad la felicidad de su gente, podría decirse que la sociedad colombiana no es una sociedad fallida.

Además, uno de los requisitos de la felicidad en los criterios internacionales es que la gente sienta que progresa. Hasta antes de la pandemia, la mayoría de los colombianos sentía que tenía mejores oportunidades que sus padres y pensaba que sus hijos tendrían más oportunidades que ellos. Aunque estas preguntas fueron hechas antes de la crisis sanitaria por covid-19, lo más seguro es que las respuestas no hayan cambiado.
La noticia periódica de que “Colombia se constituye como el país más feliz del mundo” contrasta con el contexto en el que esa felicidad se expresa: luego de una emergencia sanitaria sin precedentes —con su consecuente emergencia económica— y una situación política y social delicada, que quedó en evidencia en las protestas de 2019 y se confirmó en el paro de 2021.

Esta aparente contradicción se explica porque los colombianos viven dos realidades: el mundo interior (el de su casa, su familia, su trabajo y sus amigos) y el mundo exterior (el de la sociedad y el de la política que lo dirige). La felicidad del mundo interior se refleja en sus alegrías y celebraciones.
La noticia periódica
de que ‘Colombia
se constituye como el país más feliz del mundo’ contrasta con el contexto en el que esa felicidad se expresa
Esta alegría no tiene que ver con el dinero ni con las oportunidades que tiene, sino con el momento que determinada persona está viviendo.

El colombiano parece paliar sus precariedades y adversidades con sentido del humor y una proclividad natural a ponerle al mal tiempo buena cara. Mientras su mundo interior permanezca con estabilidad y un momento de armonía, las dificultades exteriores no suelen afectar su estado de ánimo.
Otra cosa es lo que piensan sobre lo que sucede afuera, que les preocupa más que lo que acontece en su mundo íntimo. Más allá de su esfera íntima, en el terreno donde ocurre todo lo que oyen en la radio, leen en los periódicos y ven en los noticieros de televisión, el panorama no da para ser al mismo tiempo felices e igual de optimistas. El 83 por ciento de las personas se siente feliz, pero apenas un poco más de la mitad (exactamente el 51 por ciento) se siente optimista.

En cuanto a las perspectivas económicas, el 32 por ciento cree que el 2022 será un año de prosperidad. A pesar de ser un porcentaje bajo, si se compara con el nivel de felicidad que manifiestan los mismos encuestados, el porcentaje es superior al del mundo, que se sitúa en apenas 26 por ciento; al de Latinoamérica, que se ubica en 30 puntos porcentuales, y al de Estados Unidos, que llega al 21 por ciento.
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Esto tiene implicaciones para el diálogo de la campaña política de cara a las elecciones presidenciales: a los colombianos les gusta estar alegres y muchos dirían que casi todos están dispuestos a sintonizarse con el optimismo, aunque el desempleo juvenil, la violencia endémica y el aumento de los niveles de pobreza causado por la pandemia —que para muchos significó la pérdida de ingresos, y para otros, incluso algo peor, la incapacidad de comprar la canasta familiar— lo hayan mermado.

Las tres cuartas partes de los ciudadanos creen que el país va por mal camino. Esta consideración es especialmente alta en regiones como Bogotá, los departamentos del centro y la costa Pacífica, donde los efectos de la pandemia fueron más ostensibles, y en las poblaciones más vulnerables en todo el territorio nacional. También se nota más en la población más productiva, es decir, la que se ubica entre los 18 y los 40 años de edad.
Además de la crisis económica generada por la pandemia, los principales temas que los colombianos creen que serán cruciales en la campaña presidencial de 2022 son el desempleo, la corrupción, la inseguridad y la pobreza, justamente los temas que han liderado las conversaciones de los colombianos desde hace décadas, es decir, han sido inmunes a las soluciones propuestas por los gobernantes.

El hecho de que las conversaciones hayan sido las mismas durante los últimos cincuenta años quiere decir que han estado mal planteadas. O no han sido sinceras, o se han dejado someter por las circunstancias. Debido a ello, la gente ha generado, con razón, una profunda desconfianza de las instituciones, de la política y, por ende, de los candidatos que las representan. Es necesario, entonces, cambiar el marco mental mediante el cual se generan las conversaciones.

Después de tantos años en los que venimos hablando de la pobreza, del empleo y de la corrupción como los principales problemas del país, cerca de la mitad de los colombianos se encuentran en el límite de pobreza, mientras que el coeficiente Gini, que mide la concentración del ingreso, se ha mantenido durante el último siglo próximo a 0,5 o por encima. A pesar de que los candidatos vienen hablando de equidad durante todo este tiempo, es evidente que todavía no ha habido equidad.
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Editorial Planeta
158 páginas
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La experiencia sugiere que cuando una conversación se repite una y otra vez es porque no se ha planteado bien el problema. En otras palabras, estamos conversando mal sobre el tema, lo cual significa que hay que replantearse la conversación sobre los problemas fundamentales y sobre cómo resolverlos.

El principal reto de los aspirantes a la Presidencia será cambiar el marco mental de las conversaciones que le planteen al electorado. Si estamos de acuerdo con el axioma de Humberto Maturana, según el cual uno vive en el mundo que ha creado con las conversaciones, el deber es cambiar las conversaciones.

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