Para el Vaticano no hay pruebas fehacientes de que haya existido, tanto que por eso lo quitó del santoral católico. Su día es una celebración que nació con el paganismo, fue reciclada por un Papa medieval para cristianizarla, popularizada después por los poetas para glorificar el amor y adoptada por los mercados para hacer buenos negocios. Por qué el papa Francisco estudia su regreso al calendario litúrgico.

Sobre el día de San Valentín, que trasladado a los usos y costumbres laicas se erige como el Día de los Enamorados, la única certidumbre que se tiene es que su instalación en el calendario, el 14 de febrero, permite a los bolsillos haberse recuperado de los gastos causados por los regalos Navidad y Reyes para poder comprar flores, bombones o quizás un perfume a la pareja del momento o de toda la vida.

Porque la existencia del verdadero Valentín, el santo, está tan en duda que incluso la Iglesia Católica ha tenido y tiene sus idas y vueltas con él en lo que al santoral se refiere.

Se sabe que la festividad fue inaugurada durante el breve papado de Gelasio I en 494 y se siguió celebrando en la liturgia del hemisferio norte hasta que en la segunda mitad del siglo XVI el papa Pablo IV cortó la fiesta, por lo menos en lo que a la Iglesia Católica se refiere. Y fue Paulo VI quien, en 1965, después del Concilio Vaticano II, decidió sacar al santo del calendario litúrgico oficial.

La razón esgrimida fue que era imposible comprobar la existencia del hombre al que se hizo santo y mucho menos los hechos que lo pudieron haber hecho merecedor de la aureola.

Parecía asunto terminado, pero no. Por estos días, en El Vaticano, se debate la posibilidad de volver a incluir a Valentín, el del amor, en el calendario litúrgico. La tradición es muy popular y el papa Francisco es sensible a esas cosas.

Pero la posible o no existencia de Valentín es también un problema múltiple, que contribuye a aumentar la confusión general. A lo largo del tiempo, en el santoral católico ha habido once santos de nombre Valentín, y por lo menos a tres de ellos se los puede vincular con una tradición relacionada con el amor de pareja.

El Valentín de Roma

La historia más difundida sobre un Valentín convertido en santo se remonta a la Roma del Siglo III, cuando el cristianismo iba en expansión en el imperio que gobernaba Claudio II, también conocido como el Gótico.

Eran tiempos en que Roma avanzaba sobre el mundo conocido, para lo cual necesitaba sus legiones, integradas por soldados que, además de poder morir en cualquier momento en el campo de batalla, de tener suerte pasaban años y años lejos de sus lugares de origen y, por lo tanto, de sus seres queridos.

A Claudio se le ocurrió la singular idea de que, si no tenían un amor al cual volver, los legionarios sentirían menos temor a la muerte y combatirían más ferozmente contra los enemigos del imperio. Para que así fuera promulgó un decreto que prohibía el casamiento de los soldados. Para estar en las legiones, había que ser soltero.

Por esa época había en la capital del imperio un médico llamado Valentín, que cuando abrazó el cristianismo se hizo también sacerdote. La historia cuenta que se opuso a los designios del emperador con un método sencillo: siguió casando a los soldados pese a la prohibición, pero mediante el ritual cristiano, para lo cual los enamorados debían convertirse a la religión.

En otras palabras, Valentín no solo desafiaba un decreto imperial, sino que también convertía a los paganos en cristianos, lo cual en esos tiempos quizás era aún peor.

El emperador Claudio lo mandó a buscar y lo metió en la cárcel, donde hizo el milagro necesario para convertirse en santo. Se dice que el oficial encargado de custodiarlo en las mazmorras lo desafió a que curara a su hija Julia, que había nacido ciega, y que los rezos de Valentín le hicieron ver la luz. El oficial, Julia y toda la familia se convirtieron entonces al cristianismo.

Lo que Valentín no consiguió fue escaparle a la muerte. El emperador ordenó su ejecución y lo lapidaron para después decapitarlo el 14 de febrero del año 269.

Los otros posibles Valentines datan más o menos de la misma época. Se dice que uno de ellos repartía flores a los soldados como una manera de llamarlos al pacifismo, y que el otro cortaba los pergaminos en forma de corazones y se los entregaba con el mismo objeto.

Esas tampoco eran actividades bien vistas en una Roma expansiva y guerrera, lo que hizo que ellos también terminaran sus días de manera trágica.

Otro sacerdote Valentín, se dice, contradijo los planes de dos familias influyentes y, reconociendo que había un amor verdadero, casó a un joven cristiano con su novia pagana.

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